Carolina O. Fernández
La poesía de los 90 en el Perú ha suscitado algunas reflexiones, tales como la de los queridos amigos y poetas Miguel Ildefonso y Luis Chueca, entre otros. Una premisa que comparto se refiere a la diversidad que caracterizó a esa promoción. En esa diversidad poética en todos los ámbitos de producción discursiva ¿cómo ubicar la poesía de Gómez, Migliaro en especial a Moridor?
En Moridor, el sobreviviente de un naufragio, en la mayor parte del texto un yo que fluye entre su individualidad y el yo plural, constituye un nosotros que aprendió a supervivir alimentándose con tenacidad de todo cuanto apareciese entre los vestigios de una ciudad y una multitud que aprendió también a supervivir al borde del naufragio; precisamente, poetas de los 90 como Willy Gómez Migliaro aprendieron a atrincherarse en la palabra y el gesto poético como experiencia vital. La arquitectura de su lenguaje en Moridor hace guiños al neobarroco con una pequeña dosis de hermetismo, poesía evocadora, claroscura, metáforas nutridas de sorpresivos deslizamientos narrativos.
Moridor, hombre pájaro, multitud fugaz, firme en la palabra, tenaz en el combate hacia el infinitum. Cantos del moridor como el conde de Lautréamont, en Maldoror, dialoga con la tradición y el lirismo épico de la estética de los poetas neobarrocos en la búsqueda de nuevos sentidos.
Poesía aluvional que nos ofrece lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Tenaz en la crítica a la cotidianidad de lo superfluo, crónica de bailes modernos en la búsqueda de algo nuevo antes de dejarse avasallar por el alma de la mercancía. Sereno y firme, por instantes mohíno humor contra la estupidez humana.
Moridor es la tenacidad de la estética pacifista o turbulenta que reconstruye en batallas fortuitas, cotidianas, íntimas, ese campo de acción generalizado que nos impone seductoramente el mercado y en el cual el yo poético diverso batalla porque no hay más tiempo que perder, porque las justas causas emergen del manantial que se pronuncia en los cuerpos de esperanza de esta nuestra tierra madre de todo lo creado.
El sujeto enunciante, en primera persona reconstruye la memoria, la oscuridad y la luz que se impone entre el padre y el hijo que lidian recíprocamente. Bifurcación de las rutas comunes, el hijo no sucumbirá ante la ley del padre, escogerá otra vía plena de incertidumbre, sin desenlaces a la vista, sin partituras fijadas, irá desprendiendo una a una la hiedra que se impone en las paredes vacías de su cuarto, para iluminar con luz propia otras rutas; ya no tendrá frente a él la imagen del padre omnipotente, sino a aquel que aprende a escuchar y a dibujar juntos tiempos nuevos.
Mientras tanto, la muchacha que en su lucha cotidiana, descolonial, se sumerge en los mares del espejo roto por ella misma para dormir tranquila en las zonas de peligro, para mirarse y mirar sin la distorsión del espejo y modelo impuesto. La muchacha dibujará con su cuerpo esas soledades de las palabras susurradas en cada latido al ritmo del vaivén de las aguas hasta lograr diseñar un pequeño oasis camino al mar, incompatible con el engaño y las desmesuras de las grandes urbes. La multitud golpea, la ciudad golpea.
La ciudad golpea con sonidos semejantes a la música emitida por los constructores de ciudades nuevas o de la banda, que a decir del poeta, toca desde un estrado de madera un vals del XVIII. El ritmo del poeta en movimiento advierte la división social del trabajo, se mueve y mueve entre la intimidad de la multitud a la manera precisada por Benjamin y nos advierte que “en los cantos este país por horas, mi adorable pobreza/ y ciertas precauciones de la cuales ni yo mismo hago ahora algún reparo” se construyen patrias otras de amor y sosiego frente al litigio de estados alterados por las ganancias y los silencios de la negligencia pública, empresas posesivas, animales egoístas en repúblicas de odio, afirma el yo poético. La ciudad golpea. Mientras tanto, Pablo Guevara marcha en trasantlánticos dignos en lucha heroica con poesía a bordo, porque Poesía es dignidad.
Poesía es compartir en la cotidianidad, imaginar y construir un país otro, a la manera de Prometeo, resurrección en la derrota, sin llantos, sin el egocentrismo del hombre animal desnudo como “nuestros vecinos en la intimidad. Y lo dicen todo” en desmedida silenciosa elocuencia. Ser o no ser... He ahí el dilema parece manifestar shakespirianamente el yo poético. Y se alza con el arma de la palabra contra los intereses privados. Poesía homenaje. Homenaje a Shakespeare, Hisnostroza, Guevara, Eliot.
¿Y que ocurrirá si ella olvidara el mundo dividido? ¿Será feliz? ¿Será nombrada superintendente de Aduanas? ¿Abandonará todo aquello que ella y el yo plural amaron juntos? ¿Toda relación se vuelve embriagadora mercancía? ¿Masificada adicción? ¿Desilusión, alienación, indiferencia? El sujeto enunciante nos impele a reflexionar sobre estos tópicos.
Lo que subyace es su deseo de no vivir en un lugar poblado de hediondez humana. Como un alma apátrida o voyeur, a través de una cámara o mejor de lo que yo poético denomina un cerrojo de oro, describe: “Cerca de las cimas/ entre las nubes de un pueblo sin nombre/se ofrece un panorama completo de existencia mortal/ Tinieblas de la inseguridad, concilios,/séquito de futuros empresarios. /Son todos los hombres de ayer haciendo/ su cola en el manantial de la fe./ Sus almas, sus vírgenes aisladas, tienen miedo. /Mira, el Alcalde representa la hondonada celeste (…). Nuestra sociedad moderna ha diseñado también su destrucción, su estrella de aplausos como respuestas ante la muerte.”
Mas, “todos somos responsables de cuidar un prado (…) de fundar otro campo” afirma el poeta. A lo que parece apuntar Moridor es a sostener tenazmente, la necesidad de construir campos otros, territorios otros, convivencias otras, estéticas descolonializadas, liberadoras todas, que se sostengan y se inspiren en la carencia, porque como bien lo expresa Khatibi, filósofo y narrador marroquí (a partir de su propuesta de un construir un pensamiento otro), aquello que “no se inspira en su pobreza está siempre elaborado para dominar y humillar; un pensamiento que no sea minoritario, marginal, fragmentario e inacabado es siempre un pensamiento del etnocidio. Esto –y yo lo digo con extrema prudencia-no es un llamado a la filosofía de la pobreza y a su exaltación, sino un llamado a un pensamiento plural que no reduzca a los otros (sociedades e individuos) a la esfera de la autosuficiencia”[1].
Es por ello que Moridor anuncia: “Y aunque las cosas no andarán nunca bien definitivamente, / el colectivo buscará agua y luz por cada metro cuadrado; /arcilla y fragancia para andar a tientas y llenar las ventanas/ que vierten su abismo de morir incesante. /Pienso en un campo de abetos, /pero los capitales oscurecen la obra (…) canta una familia la obra de Dios, y se multiplican los platos de pescado y canastos de naranjos. Difícilmente la tierra creada/ se limpia de príncipes muertos. Sus palabras se parten solas/ en cualquier boca.
De esta manera parece convocarnos a imaginar y construir en toda su amplitud y en todos sus detalles, una vida y estética que se nutran del viento y de la sombra de los árboles, de la risa del mar en los acantilados, de la estridencia silente de los bosques, de los torbellinos y gracias de las multitudes, de la madre tierra en música incesante como la palabra.
Porque como el yo poético lo sostiene: “el que está dispuesto a soportar otro nombre otro lugar otra estirpe/ otro significado o tal vez una gran palabra es el moridor de la estética/ pacifista o turbulenta ambas a la caída del día extienden sus mares/ y esto empieza a tomar un modelo a seguir de reconstrucciones a / través de asignar nuevas batallas a uno dentro & fuera entre la ilusión de decir todo o nada pero suplantando las oscuras causas para alejar/ la memoria de ese campo de acción generalizado y visto como el/ manantial donde empezaremos a emerger con el detalle de cualquier/ cosa haciéndose pronunciación y aunque las capas de maligno cubran los cuerpos de esperanza tomarán partido y no habrá postergación/ ahora que la naturaleza de lo creado es un signo de claridad.”
Todo depende de nuestra perseverancia, de cuánto aprendemos a escuchar, a escucharnos a través de “esa suave agitación de aire…”la palabra[2], una producción de significados que se van perdiendo en las soledades de la tierra para construir otras de manera totalmente diferente. En esa búsqueda, las justas causas por las que batalla Moridor revelan la emergencia de palabras y sentidos nuevos.
[1] Abdelkebir Khatibi, “Maghreb plural”, Capitalismo y geopolítica del conocimiento: el eurocentrimso y la filosofía de la liberación en el debate intelectual contemporáneo. W. Mignolo compilador, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2001, p.76. Véase Procesos de descolonización del imaginario y del conocimiento en América Latina…, Carolina Ortiz Fernández, Lima, Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales, UNMSM, 2004, p.185.
[2] Frase que tomo de Leopoldo Chiappo. Véase: http://hablasonialuz.wordpress.com/2010/03/09/leopoldo-chiappo-galli-recuerdos-homenaje-y-su-magnifica-reflexion-sobre-la-palabra/
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