Exilio Interior y otros poemas devastados de Leoncio Luque. |
Cuando Enrique Congrains Martin escribió el libro No una sino muchas muertes en 1960, se adelantó a su época en lo referente al estudio del migrante provinciano que recalaba en Lima. Pero en este mundo convulso encontramos al poeta y docente Leoncio Luque Ccota publicando un libro muy sensible y testimonial denominado El exilio interior y otros poemas devastados, que nos proporciona las mejoras armas para comprender el sentimiento de los que viven en estos asentamientos humanos. Es decir, la frustración, la tristeza y el desgarramiento se plantean en estos versos con mucha originalidad y rebeldía.
Para mí es muy importante pergeñar unas líneas sobre este sensible poeta que tiene la gran virtud de ser muy noble con sus colegas. Por ejemplo, en muchos de sus versos se puede denotar “que la vida culmina para muchos”. Comprometido con su personaje Casandra va descubriendo las casuchas de esteras, calaminas en donde el poblador que llega a morar en estos lares vive en “un mundo de neblinas” y que las palabras de los lugareños son “palabras heridas” de tristeza. Vive para contarlo y en la ciudad estamos ciegos de sus problemas que también deberían ser de todos nosotros.
Luque al igual que José María Arguedas tiene su talón de Aquiles, que es la depresión y la desesperación de vivir en un medio social sin identidad y sin ser comprendido. “Escucha mi lamento al pie del cielo que se revienta como nuestras vidas”, observando los castillos en las fiestas patronales. Sigue quejándose cuando dice: “Ellos dejaron los andes antes de venir a estos infecundos espacios”. Tienen razón Arguedas, Alegría, Valcárcel y Nelson Manrique cuando definen que el alma andina de estos invasores se lleva consigo hasta su tumba. Aquí transcurren sus días Luque y su familia en una Lima egoísta y mercantilista que no los hace felices. Y se convierte en un poblador desadaptado que no tiene futuro.
En el capítulo de “La desesperación” aclara: “Un pueblo latiguea con su modus vivendi”, la costumbre como un adiós. No entienden los citadinos que en Lima debemos ser más tolerantes porque en esta ciudad se encuentran “Todas las sangres”. Por lo tanto hay que respetar los mundos vitales de los pobladores de diferentes terruños que tienen sus propias costumbres e idiosincrasias. Esa es la ambición de Luque como de cualquier ilegal o migrante del mundo. El mundo interior de Leoncio es el de cualquier mortal que se encuentra en estas situaciones de marginalidad.
Como muchos vecinos de estos cerros de San Juan, “esperan los días al pie del cielo. Y tejen sus amistades envueltos en alcohol que se derrama en un cerro de Lima”. Es decir que el no sentirse transculturizado les provoca una fuerte dosis de desesperación kafkiana y patológica. Algún psiquiatra amigo me diría que es falso que los migrantes no se suiciden porque lo hacen todos los días con sus resentimientos, odios e insatisfacciones que se convierten en una imposición social de hombres no realizados. Es por eso que la música chicha y el danzar alocado o “taki onkoy actual” es una muestra de la negativa actitud de reconciliación consigo mismo.
Nuestro poeta sigue cuestionando al sistema social y a su ambiente cuando aclara, casi en estado de aburrimiento: “Piedras arrinconadas de aquel cerro que se desviste”. Irónico pero real. Como Marx y Mariátegui que se alimentan de la realidad objetiva para hacernos tomar conciencia, “niños abandonados lamen nuestro rostro”. Fedor Dostoievski y Máximo Gorki nos muestran ese mundo de insatisfacción en sus respectivas obras. Pero es más enfático nuestro poeta cuando dice: “Nada queda de aquel día en que poblamos los cerros de alegría inocente, sólo vemos a mujeres que se marchitan bajo el sol, buscando su rastro perdido”; después de la invasión, que es su reclamo al igual que Antonio Gramsci solicita mayor compromiso de los intelectuales con las peripecias de sus pueblos.
Como podemos apreciar, la mayoría de estos versos son muy testimoniales en su crítica al medio social. Yo lo definiría como un desgarramiento socioexistencial. Y “Pamplona nos envuelve camino al cielo”. A pesar de que se escribió El otro sendero, de Hernando de Soto, y las investigaciones de Desborde popular, de José Matos Mar, sobre este informal sector social, ningún poeta hasta ahora había podido mostrar tan profundamente ese mundo interior de los que viven como migrantes y casi como extranjeros de su propia patria en los pueblos jóvenes. Luque se preocupa de que desde las invasiones del 70, 80 y 90 nada ha cambiado, seguimos igual de frustrados. Pero se sobresalta y se admira de las danzas de las tijeras, de los huaynos. “Y que se elevan perdiéndose en el cielo”. Diría que es su amuleto de compensación.
En la segunda parte de los Poemas devastados nos dice: “Qué hago en esta planicie del cerro más alto de San Juan, donde no he encontrado nada, sólo penas”. Debemos tomar en serio estos testimonios no indigenistas pero muy peruanos del hombre del ande afincado en los suburbios de Lima, y sigue cuestionando “al riachuelo de pobres gentes que gotean”. “La esperanza se vuelve profana y ya no nos pertenece, mirando la ciudad donde estos cerros muestran su hipocresía”. Si los gobiernos no solucionan los problemas socioeconómicos y culturales de estos sectores crearemos un caldo de cultivo de resentimiento. “Casandra, ahora te mueves de miedo lejos de tu tierra cansada, en la orilla de un cigarro”.
Conocí a Víctor Humareda como a José María Arguedas y ambos demoniacamente eran muy telúricos y se identificaban con su ser cultural. Por eso el poema “Entre piedras y combas” acepta una presunta decisión: “De que a la Fontana sólo lo supera las ganas de dispararse un tiro a la sien”. Maiakovsky, Eutusenko recogían de estos versos de trabajo duro que agotaban sus días. Pero Leoncio no pierde la esperanza y nos enrostra: “O te imagino perdido en el Océano de mi poesía”.
En la parte “Escondido en la arena” sigue torturándose y su mundo interior explota: “Acaso bombardas que alumbran estos cerros oscuros bajo el cielo de Lima”. Al igual que el otro poeta, Armando Agüero, nos muestra una población insatisfecha que debería tener branquias por el frío, y que desde su faro particular que es su hogar se observa una Lima gris, por no decir triste. Y se felicita de haber encontrado en su trayecto de vida a su mujer Felícita, que lo acompaña en este trafalgar vital que son todos los días.
Y nos dice que son “estos cerros como los volcanes”. Diría que sí están en ebullición social pero de resentimiento y de depresión por la insensibilidad de sus gobernantes. Pero este libro que más parece un enfoque sociólogo de los migrantes es poesía social y existencial de las buenas porque esa es la finalidad del artista demoler el amor propio y el orgullo de las otras personas que no tienen conciencia y sensibilidad por los demás. Culmina diciendo: “Maderas apolilladas, esteras en el desierto, lleno de estrellas, destrucción de fuego. Aquí se extravía el polvo de tu rostro”. Muy apocalíptico pero valiente en sus juicios.
Este libro de poemas sociales y existenciales de Leoncio Luque es un testimonio vital de lo que es la vida “llena de tristeza” en un ambiente desamparado y absurdo. El mundo interior del poeta es como el de cualquier ciudadano del ande o de la selva que sienten su alma devastada por la incomprensión de sus paisanos. Al cumplirse el centenario del nacimiento de José María Arguedas debemos rendir culto a la identidad cultural y la multiculturalidad de nuestros pueblos, que tan sabiamente el autor de Yawar Fiesta nos lo proponía. Y este libro de Luque con sus angustias y rebeldías nos exalta poéticamente a realizarlo. He aquí su logro literario.